Ya ha quedado muy lejos aquello que se decía antes entre los católicos: no te metas en política. Todos sabemos muy bien que el compromiso del cristiano en el mundo no es opcional y que se debe poder expresar de muchas maneras, también participando en la acción política.
Los fieles cristianos laicos no pueden olvidar que, además del cumplimiento de los deberes cívicos comunes en conformidad con los valores coherentes con la propia conciencia, deben desarrollar también sus tareas contribuyendo a animar cristianamente el orden temporal. En este sentido hay una clara línea doctrinal en el Concilio Vaticano II y en el Concilio Provincial Tarraconense (cfr. n. 31) y un buen resumen en el Catecismo de la Iglesia Católica que los católicos deben tener presente. Esto no quiere decir renunciar a la autonomía propia de los laicos en política, que no está en contradicción con la enseñanza moral y social de la Iglesia. Se debe reconocer la legítima libertad de los católicos de elegir, entre las diferentes opciones, aquella que según el propio criterio se oriente mejor a las exigencias del bien común, y esto siendo compatible con la fe que profesan. La pluralidad de opiniones temporales es un hecho, pero el cristiano también debe hacer ver que hay fundamentos y principios éticos que no son negociables, y que la estructura sociopolítica ha de tener siempre en cuenta el bien integral de las personas. Volvamos a recordar la conocida cita conciliar: la persona humana, está por encima de todas las cosas y sus derechos y deberes son universales e inviolables (GS 26).
Hace falta que los católicos, como todos los ciudadanos, busquen sinceramente promover y defender la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todo el resto de derechos de la persona. Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no puede confundirse con instalarse en posiciones alejadas del compromiso político, sino más bien el contrario, será expresión de la unidad de vida que nos debe caracterizar como cristianos: la coherencia entre la fe y la vida. Uno de los aspectos importantes de la aportación de los cristianos en la vida pública debe ser este: que, mediante la acción política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana.
Como explica Benedicto XVI ( Charitas in veritate 7), hay también un bien que afecta al vivir social, al bien común. Desear el bien común y esforzarse es exigencia de justicia y caridad. Todo cristiano es llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Esta es la vía institucional —también política, diríamos— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que se ejerce directamente en un tú a tú fuera de las mediaciones institucionales públicas o privadas.
Recibid el saludo de vuestro hermano obispo,
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