José Ignacio Calleja
La justicia social requiere de personas "buenas", pero no menos de estructuras sociales justas.
De todos los debates que hay en mi sociedad, el que más me importa es el del paro. El paro es una realidad compleja y diversa, que admite matices y concreciones. Pero, eso sí, prácticamente todas malas. Me importa sobremanera esa experiencia dramática de no contar con un trabajo decente, ¡Benedicto XVI dixit! Vivir de prestado, con casi nada y a la intemperie. Me importa ante todo la gente en cuyos hogares nadie tiene trabajo. Me pregunto de qué viven, y por lo que conozco, me cuentan y me imagino, "viven" entre la "mendicidad familiar" y la "social". En realidad, malviven, y esperan los lunes al sol.
No soy dado a las lecturas generales a partir de tal o cual caso. Pero las cifras cantan y si hay casi cinco millones de parados, por mucha "economía sumergida" que nos imaginemos, la caldera tiene que estar a punto de estallar. Doctores tiene la sociología para explicar por qué no pasa lo que dicen que debería pasar. Misterios de la vida social. "Gracias a Dios", y perdón por mentarlo en este tema, lo que debería pasar, no pasa. Pero esa gente es real y, con las más variopintas situaciones, entra en su casa, cierra la puerta y enciende el televisor para olvidar su drama. Ese "su" de drama, es un adjetivo posesivo, y realmente es el más injusto de los posesivos. Todo tuyo, "su" drama, no tenemos envidia.
Nosotros, los profesores de ética, teológica o no, pero moral al cabo, y reflexión sobre cómo vivir bien, es decir, obrando bien, solemos ser tachados de ingenuos. En parte, con razón, porque tendemos a proclamar buenas intenciones o virtudes, y creemos que eso lo resolvería casi todo. Es cierto, somos ingenuos. El ser humano es lo que es, y no podemos pensarlo como "a los dioses", es decir, altruista, justo y pacífico en cualquier caso. No, los valores y mejores virtudes son imprescindibles, pero son una parte de la solución.
La otra, es la inteligencia para dotarnos de leyes justas, y la voluntad de hacerlas cumplir por todos, y especialmente a los más fuertes y peligrosos de entre nosotros. Suelen ser los mismos. Y esto sí que es importante. La justicia social requiere de personas "buenas", pero no menos de estructuras sociales justas. Todos lo sabemos, pero esto es intangible: la propiedad acumulada sin límite, la información sesgada por intereses de partido y capital, las finanzas a su libre juego y más obscuras que una cueva, las élites recomponiendo mil veces sus posiciones de poder... y el poder político convocándolas para "contarles" sus planes y pedirles paciencia.
Hace un tiempo y viendo las orejas al lobo, se me ocurrió defender otra idea de moralistas. Un pacto social había de ser tan necesario como injusto con los trabajadores, pero menos malo que lo que se avecinaba. Ni me imaginaba que la recomposición capitalista, ¡perdón por la palabra!, llegaría a los extremos de estos días. Después me explicaron que un pacto social era imposible por dos razones. Cuando lo dije, porque los trabajadores fijos no lo querían; y cuando pensaron que podían quererlo, porque sucede que ya no lo quería el capital. En suma que lo del pacto social ya es intención política superada.
Cuentan que el dinero, ¡el capital!, ha dicho que "¡en cualquier lugar hay alguien dispuesto a hacer su trabajo por menos que usted! Difícil plan, entonces. Y añaden que el dinero, ¡el capital!, tiene derecho natural y científico a entrar y salir por donde quiera, y esto por el mayor bien de todos. El bien posible, claro está, - dicen -, pues "el bien digno", eso no existe; eso es moral. Y hasta los pobres, - concluyen -, se benefician razonablemente de este hipercapitalismo financiero salvaje; por supuesto, dentro de lo posible. Ya se sabe, "nadie pierde, todos ganamos, aunque no todos lo mismo". Y se van a casa en paz. Estos también con "lo suyo". Aquellos, los parados, con su drama; estos con sus "dividendos". Analogías financieras sobre "lo suyo".
Y aquí viene la política y sus administraciones de profesionales. ¡Qué no me toquen lo mío!, y cortan su parte del pastel. Y como los del capital ya se han llevado su parte creciente, y estos su parte no menguante, los nuevos números están hechos para los parados sin prestación, las pensiones más bajas, los inmigrantes sin empleo, las mujeres y los jóvenes en situaciones laborales más que precarias, ofensivas. Y al fondo suena la música, son "los medios". Hay de todo, pero han aparecido tantos "telepredicadores" y tan esclavos de sus ideologías políticas, que hasta sus lagrimas por los parados parecen de cocodrilo.
Pues nada, ahora me doy cuenta de que hay dos palabras que suenan anacrónicas en estos días, "Dios" y el "Capital". Me alegro, poco a poco comienza a verse claro que su gente está en distinto bando. "No podéis servir a Dios y al Dinero". Está más claro que el agua, todas las soluciones sociales del dinero, ¡el capital!, son a la fuerza, impuestas, injustas e inmorales. Y si salen adelante, y salen, ¡vaya que sí!, es porque tienen sojuzgados a los pueblos y sus Gobiernos. Ahora hablemos con realismo de lo que es posible hacer, pero no callemos la verdad, que ofende a la inteligencia de la gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario